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Buscando el agua -La periferia de la periferia-


Túnel que conectaría la Cota Mil con la autopista Caracas La Guaira

Uno pudiera pensar que se conoce Caracas de cabo a rabo, pero no, el casco histórico y las calles de sus avenidas más populares solamente son una primera impresión. Algunos pensarán que también conocen bastante barrio y periferia, pero las brechas dan para más, hay caminos que solo lo recorren unos pocos y donde hace vida otro estrato, mucho más desplazado y afectado por esta situación. A esos no los encuentras en las marchas y no les importa mucho quien es que es el presidente, tienen otros problemas que despejar. Son la periferia de la periferia.

Fue un sábado bien soleado, esos de los que te broncean sin darte cuenta, para rematar no hay agua, dicen que llegó, pero se seguía viendo mucha gente en la calle con botellones, pimpinas y cualquier tipo de recipiente que sirva para almacenar unos cuantos litros.

Con carretillas algunos, otros con sus tobos al hombro, la moto acorta camino. Niños, mujeres, viejos, hombres, aquí todo el mundo carga. Yo los seguí, tampoco tengo agua, pero mayor es la sed de la curiosidad.

De lejitos, simulando que no los sigo, sino que voy por mi camino, y así ya estaba en la Cota mil, pensaba yo que en cualquier momento me encontraría con el chorrito al lateral de la autopista, ese que baja por la montaña. Pero no, no veía ningún chorro, ellos iban a otra parte, cada vez más escondida, más sola, más escalofriante.

Llegué sin buscarlas, llegué a unas ruinas, llegué al abandono, donde la ley es hampa, allí donde una vez se gestaba de la mano del Gobierno Bolivariano y las constructoras brasileñas Odebrecht y Texeira, un proyecto que emociona a cualquier caraqueño, empalmar la Cota mil con la autopista Caracas-La Guaira. Hoy domingo 7 de abril no es ni un sueño.

Esa es la imagen que queda después que unos cuantos se llenan los bolsillos bien llenados, es la imagen que cada vez se hace más familiar en este país, la cara del abandono indoloro. Las ruinas están muy bien escondidas entre montañas, a lo lejos no se nota, pareciera que hubo una gran saqueo y luego una destrucción.

Al verme en ese paisaje apocalíptico sentí miedo, lo primero que pensé fue que allí me podrían hasta matar y nadie encontraría mi cuerpo jamás.

Hay escombros, restos de instalaciones eléctricas, conteiners gigantes llenos de cualquier cantidad de basura, tanques industriales, vigas y tubos de todos los tamaños, al final dos grandes túneles inundados, nunca supe hasta donde llegaban.

Y entre todo el paisaje estaba la gente, van a la entrada los túneles donde hay un chorrito que baja de la montaña, van a bañarse y recoger agua. Allí se empoza y atrae a los niños que se lanzan de bombita para refrescarse. Ellos mismos -los niños- me dijeron que esa agua estaba contaminada, la gente de la obra contaminó la zona y “echaron zica, por eso nos podemos bañar, pero no tomar”. También me contaron que los túneles son profundos, pero están inundados y no se puede pasar después de cierta parte.

—¡Están locos! ustedes se meten para ese túnel, ¿No les da miedo que les salga un zombie? —Loco es usted. Los zombies no existen, existe la sayona y los fantasmas. —A mí lo que me da miedo es que me salga un piedrero. Dijo otro a los lejos.

Pensaba en la naturaleza que tienen los chamos, al principio estaban desconfiados, después hablamos un rato, todos son de la zona, todos estudian y están allí para hallar un lugar que los aleje de sus realidades.

El rato pasaba, iba y venía gente, yo hacía fotos muy disimulado. Estamos muy hostiles y no es para menos. Uno me dijo de muy mala gana “no me tomes fotos, ¿Acaso me vas a pagar?”, en esas instancias no te la puedes comer con nadie. Otros solo me preguntaban para qué eran las fotos. A todos respondí: “para mostrar lo que estamos pasando” y como quien escucha cuento chino me respondían “ojalá lo muestres de verdad”.

Aunque por ratos me sentía tranquilo, sabía que no la podía soñar. No estoy turisteando: las fotos las hacía sin pensar encuadres, sin mucha paja ni configuración, en esos momentos no estás para esa, haces la foto y te mueves, no te puedes hacer sentir mucho.

Un hombre me dijo “ahorita todo el mundo es periodista” y con una sonrisa le dije “eso si es verdad”. Él no estaba buscando agua, sorteaba entre las ruinas como si buscara algo, su mujer lo acompañaba y sin revelar muchos datos me contaron su pequeña historia: entre esas ruinas buscaban alguna viga o cosa que les ayude a parar el rancho que construyen un poco más arriba de ese lugar, una invasión donde ya hay varias familias instaladas. Ellos no invadieron, le compraron el terreno al que controla el lugar, no sé si exageró, pero me dijo que pagó tres mil dólares por un pedazo de tierra.

Mientras el hombre seguía buscando, su mujer se soltó más: “esta construcción la abandonaron, eran unos portugueses, pero como el gobierno no les dio más plata ellos se fueron, primero eran unos que se llamaban Odebrecht y después vinieron otros, los Texeira”.

“Esos le hicieron un gran daño ecológico a esta zona, todos los manantiales que pasan por aquí están contaminados, y es la única fuente de agua que tenemos. Ojalá digas eso”.

Están en ese lugar porque no tienen dónde ir, y para ella es mejor empezar de cero, que vivir arrimada. Su hijo tiene 18 años y estudia en la Santa María, en ese cuento hubo un poquito de esperanza.

¿Sus nombres? Sus nombres no los sé, no se los pregunté, la gente habla más si no se siente comprometida.

Hubo una pausa, cuando el hombre después de verme un buen rato me pregunta:

—¿Tú estás armado chamo? —No. Solo tengo valor, no vengo aquí a dañar a nadie. -Fue lo primero que me salió, no esperaba una pregunta así-. —Deberías estar armado, por lo menos un cuchillo. Este es el mío, así le corto la garganta a quien me quiera joder, tienes que estar pendiente, para acá viene mucho gente mala.

En otras palabras me aconsejó que me fuera. Yo tampoco planeaba quedarme mucho tiempo, hice un último recorrido y me fui a la zona de los conteiners, abrí uno, estaba otro hombre, un chamo, menor que yo, me miró molesto, no recuerdo sus primeras palabras, la verdad me asusté, cerré de nuevo y me alejé.

Al poco tiempo se abrió el conteiner otra vez, pero desde adentro, salió a buscar respuestas o a darlas. Creo que ese día estaba protegido por algo, ya estando en mí casa puedo pensar que no hubo persona allí que tuviera intenciones de dañarme.

Cuando esta nueva persona se acercó, se dio cuenta que yo estaba alerta y me dijo “no hay nada hermano, qué haces aquí (…) tu eres periodista (…) te voy a contar que es lo que esto: después que lo abandonaron, aquí llegó la Guardia Nacional y se apoderó de esto, entre ellos mismos se apoyaron y se robaron todo lo que pudieron, luego se fueron y vino la gente a llevarse lo poco que vio, pero lo único que queda son escombros para armar ranchos”.

“Esto lo acabaron chamo, y ahora solo venimos aquí los que no tenemos nada, los que no tenemos adonde ir, no tengas miedo de mí, yo soy una persona como tú, pero con menos suerte”.

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