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Andrés Matínez: Fue un privilegio formarme con los grandes del teatro

La pasión por el teatro llevó a Andrés Martínez, dramaturgo con más de 60 años de trayectoria y actual director de la Escuela Superior de Artes Escénicas Juana Sujo, a estar siempre listo para asumir los desafios, sean del tamaño que sean.

Sin saberlo, ya desde su natal Cabimas reflejaba destellos de artista en los montajes de la escuela, cuando llegó a Caracas, siendo un adolescente todavía.

Un papel pegado en la pared lo condujo al mundo del teatro, donde el destino y su disposición le sentaron al lado de grandes maestros.

—Tuviste la oportunidad de iniciarte con grandes representantes de las artes escénicas. ¿Cómo hiciste para entrar al teatro y codearte con grandes exponentes? —Yo inicié formalmente mi carrera en el teatro cuando tenía 16 años. Mi mayor privilegio fue que empecé a trabajar con los grandes de aquella época; tenía mucha pasión por ese mundo y lo di todo para ganarme un puesto. Recuerdo que gracias a un aviso que vi, fui a estudiar con Juana Sujo en su escuela de Sabana Grande. Lo primero que me dijo fue que como era menor de edad, necesitaba la autorización de mi familia, y la conseguí sin ningún problema.

A los 15 días, Román Chalbaud estaba montando la obra Heredarás el viento, y se necesitaba mucha gente, actores de todos los niveles y extras para llenar el escenario. Él se acercó a la escuela y se llevó un lote de muchos actores y regresó por más; le dijo a Juana, refiriéndose a mí: “¿y ese muchacho que está allí?”, y ella respondió “¡no! Él apenas tiene 15 días aquí”. El hecho es que decidieron llevarme y después del estreno Román me dice “Andrecito, apréndete el personaje del fotógrafo porque quien lo hace renunció”, yo sin pensarlo dos veces le eché pichón, y así fue mi debut.

Después de eso yo empecé a trabajar con Román como su asistente y en el Teatro La Comedia. Alrededor del año 57 se montaría la obra Requiem para un eclipse, que la escribió él para que Juana Sujo la protagonizara. Las funciones comenzaban a las 9:00 pm y yo llegaba a la 1:00 pm; lo mío era pasión o fiebre, ese tiempo lo invertía en estudiar cada detalle, y eso sí, leer mucho, me creé una disciplina rígida.

—Luego de un inicio exitoso, ¿cómo lograste afianzarte y ganar nombre dentro del teatro? —Para esos días, Román y sus asistentes directos estaban muy envueltos con cosas de la televisión, y sobre mí cayó mucha responsabilidad.

La asumí con seriedad, con el mismo carácter que ellos manejaban los montajes de las obras. Me manejaba yo; imagínate que le decía a mi maestra Juana: “señora Sujo, en diez minutos iniciamos, prepárese”, y así era. Eso creó una buena imagen de mi trabajo.

Para formarme mejor, algunos años después decidí irme al Ateneo de Caracas a estudiar con Horacio Peterson. Era otro método; yo ya había aprendido cosas de Juana, ella era una roca de sabiduría. Horacio tenía la escuela latinoamericana. Previo a eso había trabajado con Alberto de Paz y Mateos, haciéndole asistencia en las obras La zapatera prodigiosa y Yerma.

Horacio fue quien me descubrió a mí como autor teatral; todo surgió con las tareas que nos asignaban. Una vez nos pidió que escribiéramos una historia en tres páginas; yo las entregué y todos recibieron sus notas menos yo. Eso me preocupó mucho. Preguntaba y nadie me decía nada, y de tanto insistir, Horacio se me enfrentó y me dijo: “yo no te puedo calificar esto porque en tres páginas dices demasiado; llévatelo y reorganiza las ideas, tienes demasiado allí”. Eso hice y de 3 salté a 57 páginas, se lo entregué nuevamente y pasó lo mismo, no recibía mi nota, y yo con la ansiedad de saber cuál era el criterio, hasta que por fin me dijo “ya toda la directiva leyó el libreto y queremos que nos autorices para que el Ateneo sea representado en el III Festival de Teatro Venezolano con tu obra ¿Quién asume la responsabilidad?. Eso para mí fue una emoción muy grande, toda la espera valió la pena al final.

Eso fue en el año 67. Ya entonces yo había estado en la escuela de Juana Sujo, de asistente de dirección en varias obras de Román Chalbaud y Alberto de Paz y Mateos, y ahora me estaba formando con Horacio Peterson, además me rodeé de muchos buenos actores y actrices de la época, esta obra solamente me afianzó en el camino que ya venía recorriendo.

—Entre tantas áreas de estudio que tiene el teatro, ¿por qué escogiste la dramaturgia? —Fue la oportunidad de ver a los grandes realizadores que estuvieron haciendo teatro en Venezuela. Yo tuve ese privilegio; vi cómo desmenuzaban una obra a su antojo, y aprendí de eso. Luego de estar con ellos, fue sencillo entender muchas cosas del teatro; mis virtudes eran mirar y oír. Hablaba muy poco, más por prudencia que por timidez.

La lectura también influyó mucho. Yo me volví un lector voraz, obras, novelas y grandes autores, allí me inspiraron Eugene O’neill y otros realizadores; tenía muchos libros y todos los doné a la Escuela Juana Sujo cuando asumí la dirección.

Mi paso definitivo fue después de lo de Peterson. Incluso luego de eso escribí dos novelas que nunca pude publicar, las cuales narran la historia de un joven que creció en un campo petrolero y viaja a la ciudad, donde se consigue con una dictadura y finalmente regresa a pueblo natal. En cierto modo fue una visión de mi vida.

—Con tantos cambios en el mundo del teatro, ¿sientes evolución en el teatro nacional? —Hay varias cosas que visualizar allí. En principio las editoriales, salvo el Fondo Editorial de Fundarte, deberían publicar más obras de dramaturgos. Se hace difícil para las nuevas generaciones acceder a grandes obras; eso permite el conocimiento de nuevas tendencias, nuevos estilos y nuevas técnicas, todo eso es muy importante.

Actualmente hay muchas facilidades para hacer teatro, hay escuelas, academias, infraestructura, incluso existe Unearte, pero los nuevos creadores deben innovar, atreverse a buscar un teatro con identidad y con una propuesta profunda, con dramaturgia que resalte un sello venezolano. Para eso hace falta el estudio profundo y serio del teatro.

También está la explotación del arte para convertir al teatro en algo comercial, presentando obras vacías, sin contenido real, una sencilla explotación del hombre y de la figura. El teatro no es fácil; cuando lo haces fácil, pierde su misión.

—De dramaturgo a director de escuela. ¿Te afectó mucho ese cambio? Antes de asumir la dirección de la escuela, yo tenía un empleo de medio turno. Al salir me iba a la escuela y ayudaba a Porfirio Rodríguez; él también era el organizador del Premio Guaicapuro de Oro y el Premio de Teatro Juana Sujo. Estaba ocupado en muchas cosas; eso me permitió a mí empaparme del trabajo que se hacía como director. Cuando murió Porfirio yo asumí sus responsabilidades. Me ofrecieron la dirección de la escuela y acepté. Lo único que no quise llevar fue el Premio Guaicapuro de Oro. Eso fue en el año 1983, y hasta el sol de hoy estoy aquí.

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